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LA HUMILDAD DEL GUERRERO

LA HUMILDAD DEL GUERRERO

Serie: Ética del Guerrero
Por el Profesor Juan José Díaz
Especialista en Defensa Personal Integral KAISENDO / KARATE JUTSU

NO SABER, PARA SEGUIR APRENDIENDO
La humildad del guerrero comienza con una declaración silenciosa: “No lo sé todo.” Aquel que se cree terminado deja de aprender. Aquel que se sabe incompleto sigue creciendo. En el arte marcial, como en la vida, no se trata de cuántos grados se obtienen, sino de cuánto se está dispuesto a seguir cuestionándose.
He visto cinturones blancos con actitudes nobles y cinturones negros que olvidaron escuchar. Porque la humildad no depende del rango, sino de la disposición a seguir mejorando sin que el ego se interponga.
El guerrero humilde no se avergüenza de aprender. Pregunta. Corrige. Agradece la enseñanza, incluso si proviene de alguien con menos experiencia. Sabe que no hay jerarquía más elevada que el respeto por el conocimiento.

ENTRE LA TÉCNICA Y LA ACTITUD
Muchos entrenan para perfeccionar sus técnicas. Y está bien. Pero más allá del golpe exacto o la postura firme, hay una actitud que se revela en los detalles: cómo se saluda, cómo se corrige a un compañero, cómo se recibe una victoria o una derrota.
La humildad se manifiesta cuando un practicante fuerte se contiene frente a un novato. Cuando un maestro deja espacio para que sus alumnos piensen por sí mismos. Cuando, tras ser elogiado, alguien responde con sencillez y no con superioridad.
He visto combates donde el verdadero vencedor no fue quien derribó, sino quien levantó al otro después. Porque la técnica puede impresionar. Pero la actitud humilde, esa permanece.

HUMILDAD NO ES DEBILIDAD: ES FUERZA REFINADA
En entornos dominados por el ego, la humildad se percibe como una forma de debilidad. Como si callar, ceder o agradecer fuera signo de inferioridad. Nada más lejos de la realidad.
La humildad auténtica no se somete: observa, analiza y elige. No necesita demostrar nada, porque ya se conoce. Y eso el autoconocimiento sin alarde—es una de las formas más poderosas de autoridad silenciosa.
Un guerrero humilde no presume de su poder. Lo guarda. Lo administra. Lo ofrece con generosidad cuando hace falta, y lo retira cuando no es necesario. Esa contención no se compra ni se impone: se entrena con años de conciencia y trabajo interno.

IV. CUANDO EL MAESTRO SE BAJA DEL PEDESTAL
Una de las escenas más poderosas que he presenciado fue la de un maestro veterano pidiendo disculpas públicamente por haber reaccionado con dureza frente a un error. No lo hizo por obligación. Lo hizo porque entendía que enseñar también implica mostrar humanidad.
Ese gesto, lejos de debilitar su autoridad, la reforzó. Los alumnos lo vieron como alguien real. Alguien que, pese a sus logros, seguía dispuesto a crecer.
La humildad no significa renunciar a la autoridad, sino ejercerla desde la autenticidad. El maestro que reconoce su humanidad enseña más que el que finge infalibilidad.

ESCUCHAR ES UN ACTO DE VALENTÍA
La humildad también se practica al escuchar. Escuchar de verdad. No para responder, sino para comprender. En el dojo y fuera de él, el ego tiende a interrumpir, a defender, a justificar. Pero quien sabe escuchar está más cerca de comprenderse a sí mismo.
He visto alumnos jóvenes hacer observaciones profundas que solo un maestro humilde pudo valorar. Y también he visto buenos instructores ignorar esas oportunidades por estar atrapados en la necesidad de tener siempre la razón.
Escuchar, incluso a los que piensan distinto, es un acto de humildad. Y de valentía. Porque quien escucha sin juzgar se expone al cambio. Y eso, en el fondo, es lo que más cuesta al ego.

EL LUGAR DE LOS OTROS EN EL CAMINO PROPIO
El guerrero humilde reconoce que no ha llegado solo. Cada avance tiene detrás a un maestro que dedicó tiempo, a un compañero que ofreció resistencia, a una familia que sostuvo silencios y ausencias.
No hay progreso sin comunidad. Por eso, la humildad se expresa también en el agradecimiento constante. En recordar quiénes estuvieron cuando nadie miraba. En no creerse único, sino parte de algo mayor.
Incluso en la cima, el verdadero guerrero mira hacia los costados y hacia abajo, y allí encuentra a quienes hicieron posible ese ascenso.

REFLEXIÓN FINAL: MÁS CERCA DEL SUELO, MÁS CERCA DE LA VERDAD
La postura de seiza, donde las rodillas tocan el suelo, es más que una formalidad. Es un recordatorio físico de humildad, de que el guerrero, por más alto que llegue, debe recordar siempre su raíz.
La humildad del guerrero no es sumisión. Es madurez. Es presencia sin soberbia. Es saber quién se es sin necesidad de imponerlo.
Porque al final, el que camina con humildad deja huellas que inspiran… no solo porque avanzó, sino por cómo lo hizo.

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